Matéria publicada no jornal argentino La Voz.
Por Eugenia Mastri,

El Día D de Georgina Bardach: cuando llegó al extremo por un objetivo


La exnadadora superó en La Quiaca entrenamientos que le demostraron que podía hacer lo que se propusiera. Allí, con sudor y lágrimas, forjó el bronce olímpico de Atenas.

En mayo de 2004, Georgina Bardach se convenció de que estaba para algo importante en los Juegos Olímpicos de Atenas. El Nacional brasileño la tuvo como representante del Club Unisanta y la cordobesa bajó los récords sudamericanos de 200 y de 400 metros combinados y de 200 mariposa, con una mejora significativa de sus tiempos.

“Fue una locura ese torneo”, remarca. A partir de allí, comenzó a soñar con el bronce olímpico que conseguiría en agosto siguiente, al subirse al tercer escalón del podio en los 400 metros combinados.

Pero no fue en Brasil su día “D”. Ni tampoco en Atenas, ese histórico 14 de agosto de 2004 que la coronó de laureles. Bardach llegó “al extremo” de sus “capacidades físicas, mentales y emocionales” en La Quiaca, donde se entrenó con la ilusión de ser medallista olímpica. Y allí entendió que todo lo demás era posible al saberse capaz de llevar adelante los exigentes trabajos que le proponía Héctor “Bochi” Sosa, su entrenador.

Entre 14 y 21 días se mudaban los cordobeses a la altura jujeña para cumplir con una durísima rutina. Georgina cuenta: “Los días en La Quiaca transcurrían en un hotel, donde comíamos y dormíamos. Después, me pasaba todo el día entrenando. Hacía hasta triple turno de pileta, gimnasio, corría.… Básicamente, comía, dormía y me entrenaba”.

El tiempo allí era sólo para trabajar. No había días de descanso.

Estaban solos, en una época en la que las redes sociales eran el futuro y que muy pocos tenían la opción de mensajería en los celulares. “Estábamos casi aislados. Para mí era muy difícil”, reconoce.

La idea de trabajar en la altura tiene un fin físico: se elevan los valores hematológicos, lo que optimiza el transporte del oxígeno en la sangre y eso aumenta la capacidad aeróbica cuando se compite o se entrena en lugares más bajos.

Pero para Sosa tenía también otra finalidad: “Lo que buscaba ‘el Bochi’ era que la cabeza no me explotara cuando tuviera que competir, que me fortaleciera mentalmente y que pudiera superar todo para que ya nada me sorprenda”.

Y así forjaron esa medalla. Viajaban de forma recurrente a La Quiaca. Fue el entrenador el que se enteró de la existencia de esa pileta a 3.400 metros sobre el nivel del mar y con Jorge, el papá de Georgina, viajaron hasta Jujuy para conocer el lugar.

“Nosotros fuimos los que pusimos de moda La Quiaca. Había una pileta, una cancha de fútbol y una pista de atletismo. La pileta era de 25 metros, sin cubos, sin andariveles rompeolas. Pero era linda, nueva. Algunas veces iba con otros nadadores, pero terminaba entrenando sola”, repasa.

“Allá era todo el tiempo llegar al extremo de mis capacidades físicas, mentales, emocionales…”, reconoce. “Cada cosa que hacía, pensaba: ‘Si paso esto puedo hacer cualquier cosa’”.

Pero hubo una sesión particular en esa puesta a punto que para Bardach fue decisiva. Un sábado a la tarde, “el mejor momento de la semana” para ella, Sosa la mandó a nadar 10 mil metros espalda.

Metódica y rutinaria desde chica, Georgina siempre gozó de los sábados a la tarde. Eran su momento. Creció sabiendo que al mediodía previo había dejado atrás otra semana de trabajo. Pero en La Quiaca la rutina se alteraba. Y no había permisos ni días especiales. “Tenía que hacer 10 mil espalda… ¡Una locura!”.

La cordobesa los nadó llorando. Y en los períodos de descanso aprovechaba para limpiar sus lágrimas de las antiparras.

“En esos entrenamientos hice cosas que todo el mundo decía que eran imposible. Lo que hizo ‘Bochi’ fue sacar los trabajos más difíciles de distintos métodos, como los rusos o los chinos, y me los juntaba todos en un entrenamiento. Después de eso, yo sentía que podía hacer cualquier cosa”, cuenta.

“Todo el tiempo me replanteaba volver a Córdoba. Era una bipolaridad de sensaciones. Por un lado, darme cuenta de lo que podía hacer; y por el otro, sentir que no daba más”.

Pero se quedó y cumplió con lo pautado. Y volvió una y otra vez a repetir la experiencia. “Con ‘Bochi’ sabíamos que estábamos entrenando para un podio. Era algo que lo teníamos guardado nosotros dos.

Públicamente decíamos que íbamos en busca de una final, pero nosotros trabajábamos para ganar una medalla”, admite. Y ese objetivo -“y el buen humor del ‘Bochi’”- la “ayudó a soportar todo” hasta obtener su premio.

 

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